Lobeira
Qué sería de Lobeira sin el santuario mariano de A Nosa Señora do Viso, podría preguntarse el viajero. ¿Sería todo y nada al mismo tiempo? Pues serlo, ya lo fue, cuando todavía nada había. O, mejor, cuando lo que había no era un santuario, sino una concepción de culto telúrico y astral que los nómadas ejercieron en las tierras altas y dolménicas de As Motas.
Al hilo debería preguntarme también si tiene o no, el viajero, razones para explorar sus altas lomas. Pues claro que las tiene. Y muchas.
Tan sólo debe dejarse guiar por su propio instinto y permitir que la naturaleza haga su trabajo de reclamo. Sé que, cuando la carretera señale otros caminos, no los recorrerá, el viajero, decepcionado.
Decimos Lobeira y así, sin más, parece que nos mente, provocador el gentilicio, historias nocturnas de licantropía y luna llena. Nada más lejos de la realidad, sin embargo. Aunque tampoco nada niegan las crónicas y nada nos asegura, por lo tanto, que no las hubiera habido. Aunque es posible que de haberlas no les hubieran sido ajenas a los saberes de Xoaquín Lorenzo, su más ilustre e ilustrado hijo.
Hablamos de Lobeira y como si fuese un juego de letras, la toponimia nos traslada al Leboreiro, tan iniciática y referencial como aliada inmóvil de las huestes labriegas que hicieron que los franceses Soult y Ney tuviesen que abandonar a trompicones estas tierras, conjurados todos ellos en la famosa Junta de Voluntarios de Lobeira.