Espacios mágicos, naturaleza en estado puro, patrimonio histórico artístico, cultura, agua, piedra, ….. Abre bien los ojos y empápate de las sensaciones y emociones que todas y cada una de las experiencias que este destino, te ofrece.
¡Visítalo!, ¡Conócelo!, ¡Disfrútalo!. ¡¡No te dejará indiferente!!
Si algún municipio puede interpretarlo el viajero como un municipio de montaña, este es, sin duda, el de Verea, pues son muchas los escenarios que a lo largo y ancho de su mapa superan frecuentemente los mil metros, mientras que, a diferencia del resto de los municipios de la comarca, sus cotas más bajas difícilmente descienden de los setecientos de altitud.
Y es precisamente en sus montañas en donde el interés turístico alcanza su verdadera plenitud potencial. No hay más que colocarse en el sonoro y alto “Outeiro de aguas” (que el escritor defiende como “Outeiro de eguas”) y ponerse a caminar hacia el “marco 21” para darse cuenta de que “aquí sí que tiene su casa el invierno”, preguntándonos en silencio por qué no abrazarían también estas lomas los límites del Parque Natural del Xurés.
“Outeiro de Eguas”, “As catro Cruces”, “A Portela do Pau”… Todo va
creciendo paso a paso hasta llegar al
gran hito dolménico de la Galicia meridional: La Mota Grande. Un espectáculo
que sólo algunos tuvimos el privilegio de explorar interiormente, porque ahora
se encuentra cubierto y a la espera –tal vez imposible- de un gran plan que la
saque a la luz como se merece y convierta el altiplano –con sus más de 100
mámoas- en un recurso turístico de dimensión internacional.
Pero Verea es más que la Mota Grande y la Serra do Leboreiro. Es río. Es pan. Es literatura en Cexo y en Abeire, arte popular. Incluso podría ser un ejemplo de turismo industrial si un día le llega la buena hora al único aserradero hidráulico que conserva esta demarcación comarcal.
Desconocerá el viajero, de donde procede el nombre de Ramirás. Sin
embargo, poco tendrá que adentrarse en este municipio para darse cuenta de que,
orográficamente, Ramirás es sinónimo de valle. Un valle de suaves lomas que
riega, camino del horizonte y el mar, el río Arnoia.
Un valle que tiene su atalaya preferencial en los altos de la sierra
de Silvaoscura, con dos miradores preponderantes en su ladera: Las de San Paio
dos Pitos y San Adrián, desde los que el viajero podrá contemplar en sólo un
golpe de vista el curso del río y el más allá, pongamos por caso el coto
Novelle, el coto de Trelle o Castromao, todos ellos vestigios de culturas
ancestrales.
Cuenta, Ramirás, además, con alguna que otra leyenda que ayudan a acrecentar su atractivo. La primera y primordial tiene que ver con la fundación de su “mosteiro”, que hoy día nos regala en sobriedad el otro ejemplo de románico que se conserva en la comarca y que en otro tiempo fue solar de acogida para la antigua abadesa de Santa Comba de Bande, la monja Onega, coprotagonista de una historia “que primero fue lícita, a los medios fue deshonesta y a los fines escandalosa” con su amante Odoyno, y que bien pudiera ser trama argumental para una película.
Y por contar, cuenta incluso con la virgen de Guadalupe, en el rincón de Abeledo, al pie del río Arnoia. Así como con lo que queda de “La levada” de Paizás, un ejemplo de conducción acuífera, obra de los monjes de Celanova, y que da fe de la riqueza agrícola del valle.
Como bien escribió el clásico, “son los ríos que van dar a la mar”.
Muchos los que tienen asiento geográfico en este destino turístico, comenzando
lógicamente por el Limia y el Arnoia, que lo cruzan longitudinal y
transversalmente.
Uno de ellos es el Deva, que sin hacer ruido surte sus aguas a través
de manantiales altos y soberbios como el Salto do Gato, en las tierras altas
del Penagache, y las traslada, mansas ya, para dormir en el Miño, sobre el lago
artificial de Frieira.
Es difícil hablar de Quintela de Leirado sin que el alto de Penagache
emerja sobre sus cimientos, porque es ahí donde se ubica el punto geodésico más
alto de la comarca. Lugar encantado, también, por su conexión directa con el
altiplano fronterizo y por su íntima comunión con viejas historias de
contrabando. Que se lo pregunten, sino, a los vecinos de Xacebás, a los que
resulta obligado saludar cuando el viajero sube o baja.
Como también es difícil hablar de Quintela de Leirado, sin
hacer mención a la iglesia parroquial de
San Pedro, en cuyo retablo puede encontrar el viajero una imagen un tanto
insólita aunque fidedigna si se atiene uno a la certeza bíblica. Y esta es la
de San Pedro Crucificado con la cabeza hacia abajo. Que por lo visto, fue así,
pero no es común, ni mucho menos, verlo así en las iglesias.
Debería comenzar el viajero por el río, porque a través de una ruta
acomodada y fresca descubrirá rincones que tal vez no haya visto en otros
sitios.
Aunque no lo hayamos pronunciado mucho, es evidente que a lo largo de
este destino la mitad de sus municipios tienen comienzo y destino en comunión
con municipios vecinos del no menos vecino Portugal.
Pues bien, Padrenda es el primero de todos, porque, con el Miño
todavía como agente geográfico, en sus tierras “notarias” es en donde comienzan
a ser contados los mojones de la Raia Seca. Puntos referenciales, éstos, que
guardan en el silencio perenne de la sierra do Leboreiro, tantas y tantas
historias de supervivencia ligadas a la emigración y al contrabando, a las
guerras fronterizas, primero, y a las civiles, después.
En correspondencia con ello y en términos turísticos, Padrenda podría
considerarla el viajero un todo en su conjunto, pues, desde dar un paseo en
catamarán por el padre de los ríos, hasta ser testigo de la verrea otoñal de
los venados en los montes de Leboreirón, todo es espectáculo y, a veces
vértigo, en las laderas de una sierra que genera en sus altiplanos generosas
fuentes y manantiales que alimentan de agua sus laderas, creando hermosísimos
rincones naturales en cursos fluviales pequeños pero abundantes como los ríos
Barxas o Gorgua.
No debería dejar Padrenda, el viajero, sin procurar alguno de sus muchos miradores, como los de Lodairo y A Quinta, en donde hace muchos años llegó a tener su hogar el oso pardo.
Pronto llegó la luz a Muíños, pese a su ubicación rayana. Llegó la
luz, no sin provocar también efectos negativos, al ocupar gran extensión de
tierras de labor y prados de buenos pastos en los que a sus anchas campaban las
vacas “piscas”, en espíritu “mixto” con las “barrosás” del otro lado de la
sierra.
No puede el viajero acercarse a este municipio sin tener presente tal
circunstancia porque lo que se transformó en sombra y luz cuando instalaron las
presas de As Conchas y Salas, hoy en día se ha convertido en un recurso
turístico de primera magnitud en el marco conjunto de este destino.
Invitamos, con ello al viajero, a que busque algún momento para conocer -si es que no lo conoce ya- el complejo náutico y de ocio de O Corgo, sobre las aguas del embalse de As Conchas, en donde podrá comprobar el compromiso colectivo de un pueblo con su proyecto. Y una vez acostumbrado a sus aguas, entonces calzarse adecuadamente y caminar, que la ladera es ancha y sorprendente, ya sea hacia el norte o hacia el sur, y nos podrá asaltar en el camino con estampas inacabadas como la del santuario de Os Milagres de Couso, con enigmáticas “casiñas de mouras” que llevan milenios saludando la salida y la puesta del sol desde el altiplano, vistosos santuarios como A Clamadoira, e incluso pueblos abandonados, recuperados y vueltos a abandonaar, como Salgueiros, donde la cabra montesa tuvo su nuevo hogar cuando regresó, un siglo después, y ahora hizo colonia propia sobre las vertiginosas rocas de Fontefría.
Imaginamos al caminante sentado frente al mapa de recursos del Parque Natural del Xurés, en su sede administrativa, preguntándose: ¿Qué hago? ¡Hay tanto camino para recorrer…!
Y la expresión es literal, puesto que si algún camino se debe recorrer
al estar en Lobios, este es el tramo reconstruido de la Vía Nova, la última
gran construcción viaria romana de nuestra geografía, muy cerca de donde hoy la
península cambia de nombre y de hábitat, como es la Portela d`Home. Y no tanto
por su espectacularidad, sino para ser conscientes de como la base organizativa
de nuestras comunicaciones se asienta todavía hoy en aquella avanzada
ingeniería de la que hacían gala los romanos en el siglo I d.C.
Ahora bien, si lo que busca el viajero es espectacularidad, sin duda
tiene otros itinerarios: Las Minas de As Sombras, la Corga del río Fecha, los
Bolos de A Cela, los altos bancales de Prencibe, San Paio o Guende, en tierras
de Araújo, la subida a Nosa Señora do Xurés o A Magdalena y la Pedra Furada,
tan escondida ella que para poder contemplarla debe el viajero adentrarse antes
en tierras portuguesas.
Pero también el enigma de la casa encantada de A Escusalla,
situada en tierras de Aceredo y Compostela… Muchas son, pues, las razones por
las que el viajero debe hacer parada y fonda en una localidad que ha sabido
reinventarse y, a partir de su mansión viaria romana, transformar su riqueza
termal el bastión hostelero sobre el que asentar su futuro -nuestro futuro-
turístico.
Qué sería de Lobeira sin el santuario mariano de A Nosa Señora do
Viso, podría preguntarse el viajero. ¿Sería todo y nada al mismo tiempo? Pues
serlo, ya lo fue, cuando todavía nada había. O, mejor, cuando lo que había no
era un santuario, sino una concepción de culto telúrico y astral que los
nómadas ejercieron en las tierras altas y dolménicas de As Motas.
Al hilo debería preguntarme también si tiene o no, el viajero, razones
para explorar sus altas lomas. Pues claro que las tiene. Y muchas.
Tan sólo debe dejarse guiar por su propio instinto y permitir que la
naturaleza haga su trabajo de reclamo. Sé que, cuando la carretera señale otros
caminos, no los recorrerá, el viajero, decepcionado.
Decimos Lobeira y así, sin más, parece que nos mente, provocador el
gentilicio, historias nocturnas de licantropía y luna llena. Nada más lejos de
la realidad, sin embargo. Aunque tampoco nada niegan las crónicas y nada nos
asegura, por lo tanto, que no las hubiera habido. Aunque es posible que de
haberlas no les hubieran sido ajenas a los saberes de Xoaquín Lorenzo, su más
ilustre e ilustrado hijo.
Hablamos de Lobeira y como si fuese un juego de letras, la
toponimia nos traslada al Leboreiro, tan iniciática y referencial como aliada
inmóvil de las huestes labriegas que hicieron que los franceses Soult y Ney
tuviesen que abandonar a trompicones estas tierras, conjurados todos ellos en
la famosa Junta de Voluntarios de Lobeira.
Se sitúa Gomesende en tierras de transición entre los valles
abiertos del Arnoia y las aguas prietas del Deva. Entre los aires de Ramirás y
las nieblas de Cortegada, en donde la Terra de Celanova comienza a perder su
nombre.
A Guía, O Pao, Fustás, Poulo, Sobrado, O Val, Arnoia Seca…
Nombres sonoros, todos ellos, que nos invitan a jugar a descubrirlos burlando
con la mirada distintos horizontes, pues según hacia donde hagamos girar la
vista, ya sea hacia el norte o hacia el sur, hacia el este o el oeste, en cada
recodo del viejo camino real o en cada curva de la actual carretera, enigmático
y ausente nos regalará paisajes diferentes.
Cerdal, O Viso… Lugares que ocultan en sus entrañas la vida
y la muerte, la paz y la guerra, la luz y la sombra, la riqueza y la miseria de
personajes como “don Pepito Viso” o Manuel Álvarez, tan adelantados a su tiempo
que fueron capaces de hacer fortuna desde donde el río se oculta al sol,
incluso al mediodía.
Lugares que generaron economía a raudales, gracias al estaño
y al wolframio o al mero paso del río, y que hoy son testigos silenciosos de la
ausente presencia de otros nombres no menos sonoros como la “Ponte Chancela” o
la mina “A Sultana”.
Definitivamente, es Gomesende tierra de transición que se
pliega entre dos mundos. Que parece que no está, pero cuando se encuentra,
posee enigmas suficientes como para no dejar indiferente a nadie.
Siempre tuvo Entrimo un aire señorial, tal vez porque su
propia iglesia matriz porta apellido real. Real de realeza, he de decir. Y eso
imprime carácter!
Sea por ello o por sus propias gentes, lo cierto es que
Entrimo es un lugar que se deja ver con aire afable y con sorpresas dominantes
que ayudan a que, una vez lejos, los recuerdos permanezcan indelebles durante
mucho tiempo.
Basta con seguir, río arriba, las aguas del Pacín y
encontrarse con el Pozo Caído, al pie del castro de Os Castelos, con sus
“bolos” magmáticos que presiden hermosas vistas sobre el Xurés.
O, como alternativa, buscar el “fin del mundo” en Olelas,
allí donde se pierden los caminos en el precipicio de los mundos sobre el otro
lado de la historia, en las “veigas” de A Barcia. Eso sí, sin dejar pasar de
largo la oportunidad de medir nuestra dimensión humana al lado del “Castelo da Pica”
o del “Penedo que toca”, poco después de superar la encrucijada de A Illa.
Y es que
Entrimo es así. Tan previsible socialmente, como enigmático y brutal en
términos geológicos. Un mundo entre submundos regados por ríos por doquier.
Ríos que saciaron la sed de los primeros humanos que osaron adentrarse en
ellos. Ríos que ayudaron a ver la luz, hacia el norte y hacia el sur a aquellos
que buscaban libertad cuando tal palabra era peligrosa. Y ríos, en fin, que dieron de comer a generaciones enteras,
gracias a sus ingentes molinos, cuando el maíz era un bien preciado, por escaso
y controlado.